jueves, 25 de enero de 2007

Conversión de Saulo de Tarso


Hoy es un día muy especial para este blog porque se conmemora la conversión de san Pablo, el gran apóstol cristiano predicador de la palabra de Dios por el viejo mundo. De hecho en el Camino a Damasco cuentan que se le apareció el mismo Jescucristo al judío perseguidor de cristianos Saulo de Tarso y le pregunto que por qué lo perseguía, y fue en ese momento en el que Saulo se convierte al cristianismo y toma el nombre de Pablo.


Formado “en la escuela de Gamaliel” (Hch 22, 3), seguramente candidato a rabino y, por lo tanto, conocedor profundo de la Ley y los profetas. “Hebreo, fariseo y fanático” (Flp 3,5-6), cree servir a Dios de acuerdo a sus principios aprobando el asesinato de Esteban, y luego pide apoyo para perseguir ampliamente a los cristianos (Hch 7,58 - 8,3;9,1-2). Pero su personalidad recia y sensible a la vez debió estar ya impactada por la decisión con que aquéllos entregaban la vida por Jesús.


En camino a Damasco es derribado al suelo junto con sus rígidos esquemas religiosos y sociales, y cegado por una intensa luz que le cae del cielo. Con la ayuda de Ananías recobra luego la vista, recibe el bautismo y es enviado a comunicar lo que ha experimentado acerca de Jesús (Hch 9,3-30). Como comunicador será el más grande entre los grandes.


Tierno y vigoroso al mismo tiempo, se dedica sin descanso a extender el Evangelio a todos los pueblos paganos ajenos al mundo palestino. Predicador por vocación y escritor por necesidad, escribe catorce cartas a las comunidades que fue fundando por toda la cuenca del Mediterráneo. Sus comunidades son fruto de un trabajo constante y dedicado. El lo dice: “¿quién sufre en la Iglesia sin que yo sufra?”. Se define entonces como un loco, y se jacta de las penurias incomparables que ha padecido por predicar el Evangelio: ha sido encarcelado una y otra vez, azotado, apaleado, apedreado, traicionado; ha naufragado tres veces; ha pasado fríos, hambre, sed, falta de sueño y de abrigo, todo tipo de peligros (2Co 11,16-33). Al final podrá decir: “he combatido el buen combate, he terminado mi carrera, siempre fiel a la fe. Me está preparada la corona de los santos” (2Tm 4,7-8).


Vaya pues un pequeño homenaje a este gran hombre... He aquí un fragmento del nuevo testamento donde se recuerda su conversión:
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (22, 3-16)
En aquellos días, Pablo dijo al pueblo: “Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crié aquí, en Jerusalén; fui alumno de Gamaliel y aprendí a observar en todo su rigor la ley de nuestros padres y estaba tan lleno de fervor religioso, como lo están ustedes ahora. Perseguí a muerte a la religión cristiana, encadenando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres, como pueden atestiguarlo el sumo sacerdote y todo el consejo de los ancianos. Ellos me dieron cartas para los hermanos de Damasco y me dirigí hacia allá en busca de creyentes para traerlos presos a Jerusalén y castigarlos. Pero en el camino, cerca ya de Damasco, a eso del mediodía, de repente me envolvió una gran luz venida del cielo; caí por tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Yo le respondí: ‘Señor, ¿quién eres tú?’ El me contestó: ‘Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues’. Los que me acompañaban vieron la luz, pero no oyeron la voz del que me hablaba. Entonces yo le dije: ‘¿Qué debo hacer, Señor?’ El Señor me respondió: ‘Levántate y vete a Damasco; allá te dirán todo lo que tienes que hacer’. Como yo no podía ver, cegado por el resplandor de aquella luz, mis compañeros me llevaron de la mano hasta Damasco. Allí, un hombre llamado Ananías, varón piadoso y observante de la ley, muy respetado por todos los judíos que vivían en Damasco, fue a verme, se me acercó y me dijo: ‘Saulo, hermano, recobra la vista’. Inmediatamente recobré la vista y pude verlo. El me dijo: ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras su voluntad, vieras al Justo y escucharas sus palabras, porque deberás atestiguar ante todos los hombres lo que has visto y oído. Y ahora, ¿qué esperas? Levántate, recibe el bautismo, reconoce que Jesús es el Señor y queda limpio de tus pecados’”.

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